No es una clásica lectura de verano, pero este libro recién publicado por Adela Cortina: Aporofobia, el rechazo del pobre nos hace reflexionar sobre nuestras filias y fobias y ser capaces de contextualizar nuestros sentimientos dentro de nuestra doble dimensión de animales con condicionamientos biológicos y humanos socializados en grupo. Un libro muy útil en un verano de turismofobia, independentismo y… atentados.
La tesis principal de Cortina es que aunque habitualmente hablamos de racismos y xenofobias, de misoginia y de homofobia en gran parte de estos comportamientos lo que subyace es realmente un rechazo al pobre, al que consideramos que no nos puede aportar y que esto es un reto mayúsculo para nuestras democracias. Hay algunos xenófobos, racistas u homófobos, pero aporófobos lo somos casi todos.
Lo que nos provoca rechazo es el pobre, aunque sea de nuestra propia familia, pero cuando este pobre además es extranjero es más fácil presentarlos como una amenaza. Aunque esta aporofobia se ha acrecentado durante la actual crisis económica (y ha sido utilizada políticamente, Trump promete un muro con México, no con Canadá), tiene unas profundas crisis culturales e incluso biológicas.
Nuestro cerebro es biológicamente xenófobo y aporófobo porque estar cerca de nuestro grupo y mantenernos alejados de «los de fuera» ha sido siempre una manera de defendernos de la amenaza de otras tribus. Y dentro del grupo, los pobres rompen la dinámica de dar y recibir. Asumimos que los pobres no pueden dar, luego nada se espera de ellos.
Este el rechazo al pobre implica siempre una actitud de superioridad y suele incluir la culpabilización de la víctima, que a su vez siente vergüenza. Y lo mejor que le puede pasar al verdugo es que su víctima se sienta indigna.
Yo me sentí muy apelada por esta acusación al leer otro libro, Chavs de Owen Jones, que habla de la demonización de la clase obrera. Tengo un entorno (más o menos) sano y políticamente correcto donde escasean los comentarios racistas, machistas u homófobos pero donde parecer un choni o un cani si que parece un insulto a tener en cuenta. ¡Esos si que son chusma!
El neoliberalismo, con su individualismo y mercantilización de todo, que premia el éxito y margina al que se queda por el camino es el caldo de cultivo perfecto para este sentimiento. Como dice Josemi Valle en su blog Espacio Suma Cero, el sueño americano y nuestro mantra de si quieres puedes son claros exponentes de este rechazo al pobre: «También se podría tachar de aporofobia el denigrante discurso que vincula la pobreza no a una consecuencia económica y política de la escandalosamente desigual distribución de los recursos, sino a un fracaso personal, al demérito o a la escasez de esfuerzo y su subsiguiente ausencia de premio. Es el colmo de la pobreza y el cinismo de la riqueza: el pobre además de ser pobre es culpable de serlo».
Cortina analiza el desfase que existe en nuestra sociedad entre un discurso marcado por declaraciones de Derechos Humanos, objetivos del milenio, objetivos del desarrollo.. (nuestras declaraciones como sociedad) y esta moral vivida que fomenta la desigualdad y el aumento de los excluidos.
El libro, a parte de un análisis ético y filosófico muy completo del tema. Adela Cortina repasa algunas cuestiones de fondo como los delitos de odio o la conciencia y cómo se forma o la sociedad tecnificada y retos como la biomejora ética (¡interesante tema!!). A partir de aquí, propone soluciones basándose en la creencia de que no basta con las leyes, que hace falta una convicción ética. La solución pasa precisamente por fortalecer el estado social con medidas que no busquen erradicar la pobreza sino disminuir la desigualdad: reforzar el discurso de la igualdad y del respeto a los derechos económicos y sociales.
La educación es otra de las claves, pero no sólo la educación formal sino también el contexto cívico: educar en la autonomía (desde un punto de vista kantiano) y en los valores de la solidaridad (que es el bien común en acción, como lo define Juan Pablo II) y el respeto al diferente.
Acaba el libro con una aplicación práctica del tema a la crisis actual de los refugiados y nos recuerda que existe un derecho natural, «el derecho de todo el género humano a tomar posesión de un lugar en la superficie esférica y no infinita de la tierra». Todos los seres humanos tenemos el derecho de la propiedad en común de la superficie de la tierra y nadie tiene más derecho que otro a estar en un lugar, por lo que quien se encuentra en malas condiciones de vida en el ugar en el que le ha tocado vivir puede presentarse en otro lugar. Como afirma Kant, el lugar de nacimiento de cada persona es (o debería ser) algo contingente, aunque debido a la finitud de los recursos esto sea causa histórica de conflicto.
Adela Cortina acuñó el término aporoforia en los años 90 y con este ensayo publicado por Paidós presenta el término en sociedad, porque para hablar de una realidad, analizar sus causas, combatirla y buscar soluciones es necesario reconocerla y nombrarla. Esperemos que aporofobia entre pronto en el diccionario, de momento Fundeu, que vela por el español urgente, ya lo ha reconocido.
Os animo a leer este breve ensayo, que además de tratar un tema urgente e importante está escrito con rigurosidad pero también con numerosas referencias culturales que hacen más amena la lectura y que permiten conectar con nuestros referentes, con esos que nos transmiten ese deseo de caminar hacia la utopía y ser uno con el otro que tenemos los seres humanos.
Para muestra, un botón:
Los nadies de Eduardo Galeano
Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pié derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de los nadies, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.